Turismo: El cortafuegos de la economía andaluza

Por Texto: Joaquín Aurioles. Profesor de Teoría Económica de la UMA Ilustración: Rosell

Entre 2008 y 2010 Andalucía perdió 4,5 millones de turistas. Desde que existe una contabilidad del número de turistas que recibe la región, es decir, desde finales de los 90, nunca había ocurrido nada similar. Hay que remontarse 20 años atrás para observar algo parecido, aunque por entonces sólo se registraban los viajeros que se alojaban en establecimientos hoteleros. En aquella ocasión pudimos comprobar que, a veces, el turismo anticipa su coyuntura a la del conjunto de la economía y que cuando en 1989 se comenzaron a percibir las primeras señales de debilidad en la demanda de los turistas extranjeros, lo que en realidad se estaba produciendo era una advertencia sobre la inminencia de la crisis económica de los primeros años 90, que tan graves consecuencias tendría para Andalucía.
La crisis los 90 supuso el final de un ciclo y la aceleración de una serie de procesos de cambio y renovación que ya estaban en marcha y que también afectaron significativamente al turismo. El modelo turístico de los años 80 seguía conservando el fuerte sesgo vacacional y estacional propio de los 60, como consecuencia del predominio del turismo de sol y playa, y se mantenía aparentemente ajeno a las nuevas preferencias de la demanda. El turista de la época podía fragmentar sus vacaciones y se interesaba por la calidad de los servicios, además de ser mucho más inquieto culturalmente que sus antecesores y más sensible a los problemas medioambientales. Una minoría escéptica vaticinaba un futuro pesimista porque consideraba que la dinámica del sector, reflejada en el primer tramo de la curva del gráfico (página siguiente), tenía un fuerte componente inercial e ignoraba los cambios que se estaban produciendo en la demanda. La propuesta era apostar por turismos alternativos, aprovechando el patrimonio cultural y natural de la comunidad, y abandonar progresivamente el de sol y playa, al que se ya se consideraba maduro y agotado.

El gráfico concede parcialmente la razón a los que así opinaban puesto que, como se puede apreciar, el crecimiento del sector durante los 80 fue débil y terminó por agotarse a finales de la década. La crisis económica nos alcanzó en plena resaca de los fastos del 92, exhaustos tras el esfuerzo realizado para llegar a tiempo, con los recursos públicos agotados y con una nueva decepción sobre las posibilidades reales de convertirnos en una potencia tecnológica e industrial. Tras el fracaso del enésimo plan para la industrialización, se hizo necesario recurrir, una vez más, al turismo como banderín de enganche para abandonar la crisis. Otra vez se percibieron señales anticipadas de la recuperación en la demanda hotelera de los extranjeros en el cuarto trimestre de 1993, animados, entre otras cosas, por las tres devaluaciones de la peseta practicadas desde septiembre de 1992. La incorporación de los turistas españoles se demoró dos años más, como reflejo del desplome del gasto en consumo y del aumento del desempleo, aunque todo comenzó a cambiar a partir de 1996, cuando la caída de los tipos de interés y la abundancia del crédito comenzó a desterrar el clima de pesimismo que se había instalado en toda Andalucía, tras la clausura de la Expo. El detonante definitivo vendría un año después, con el inicio de la escalada en el precio de la vivienda y el boom inmobiliario que se desarrollaría durante los diez años posteriores. El turismo no sólo cedió a la construcción el testigo de motor de la economía andaluza, que había mantenido durante tres años, sino que también acabó sucumbiendo a sus encantos, gracias a los lazos que el turismo residencial tejió entre ambas actividades.

La transición del turismo andaluz de los años 80 al de los 90 estuvo acompañada de una profunda renovación de sus estructuras. Segmentos que hasta entonces se percibían como emergentes, como el turismo rural y de naturaleza, el del golf, el de circuitos o la multipropiedad, se consolidaron plenamente tras la crisis, aunque las dos grandes revoluciones de la época fueron internet y el turismo residencial. Internet y el comercio electrónico permitieron, no solamente la emancipación del turista respecto de las agencias de viaje, sino también la renovación completa de la información turística y de las tácticas comerciales. Se abría una brecha radical en las estrategias de promoción convencionales de la que se podría aprovechar cualquier destino nuevo o emergente, hasta entonces dependientes de que los touroperadores aceptasen incluirlos en sus promociones y programas de viaje.
La plácida convivencia entre el turismo tradicional y el residencial comenzó a tornarse conflictiva a finales de los 90. Especializado cada uno de ellos en mercados con ciclos estacionales diferentes, el turismo hotelero se beneficiaba en su temporada baja de las externalidades positivas que generaba el residencial el resto del año, hasta que los promotores inmobiliarios decidieron lanzar su producto en el mercado vacacional. El desembarco fue tan intenso, que su presencia llegó a desplazar la del turismo hotelero en las grandes promociones institucionales y en las ferias internacionales más importantes, hasta el extremo de que, a la altura del cambio de siglo, el aumento en el número de turistas recibidos por Andalucía coincidió con un descenso neto en el movimiento hotelero.
Los años 90 también sirvieron para elevar el reconocimiento político y social de la actividad y para el fortalecimiento de su entramado institucional. El turismo se benefició de un considerable aumento en los presupuestos de todas las administraciones públicas y la mayoría de los ayuntamientos decidieron crear la correspondiente concejalía para la promoción del sector. El turismo encajaba como pieza fundamental en los diferentes planes para la valorización del patrimonio cultural y natural sectorial, y la Junta creó la Consejería de Turismo que promulgaría la primera Ley de Turismo de Andalucía. Como consecuencia de todos estos cambios, el sector turístico andaluz no solamente fue capaz de evitar el colapso que vaticinaban los más pesimistas unos años antes, sino que incluso fue capaz de iniciar la etapa más brillante de su historia reciente en términos de intensidad y duración del crecimiento. El gráfico permite apreciar que el sector que surgió de la crisis de los 90 había renovado profundamente sus estructuras y que se disponía a iniciar una nueva etapa cuyo techo de crecimiento se antojaba mucho más lejano de lo que nunca había estado. El segmento de sol y playa había recuperado su fortaleza anterior y continuaba liderando la dinámica del sector, pero lo que determinaba el nuevo abanico de posibilidades era la definitiva superación del constreñimiento del sector al litoral y su expansión por el conjunto del territorio.
Con el cambio de siglo, los atentados contra las Torres Gemelas y los conflictos bélicos posteriores, el turismo internacional entró nuevamente en crisis, aunque Andalucía no se vio especialmente afectada. Acusó el golpe, como no podía ser de otra forma, pero no dejó de crecer, aunque no pudo evitar tener que adaptarse a los cambios que el sector experimentaba a nivel global. Entre ellos, un aumento considerable de los costes operativos en el transporte aéreo, como consecuencia de la obsesión por la seguridad, y la consolidación definitiva del low cost, que había conseguido eliminar definitivamente del panorama a las antiguas compañía de vuelos charter. A pesar de todo, el sector parecía seguir instalado en una fuerte dinámica de crecimiento alimentada por la euforia consumista de los hogares españoles y por la proximidad al sector inmobiliario y al urbanismo, cuyos desmanes medioambientales, especialmente en la franja litoral, comenzaban a percibirse como una seria amenaza para su viabilidad futura.

La crisis de 2008 desactivó el proceso, dando lugar a un desplome sin precedentes en los niveles de actividad e ingresos, que alcanzó su punto culminante en 2009. En 2011, sin embargo, se consiguieron superar las expectativas de crecimiento apuntadas en 2010, en buena medida como consecuencia de los conflictos políticos y sociales en el norte de África, que volvieron a poner de manifiesto la elevada consideración estratégica que tiene Andalucía como destino consolidado y seguro para los turistas del resto de Europa.

Las crisis en el sector

Los expertos en turismo sólo reconocían dos crisis en el sector con anterioridad a 2008. La primera fue a comienzos de los 80, cuando coincidieron las guerras de Las Malvinas y el Líbano. La siguiente fue tras los atentados contra las Torres Gemelas en 2001, pero sobre todo como consecuencia de los conflictos bélicos que vinieron después y de la gripe asiática (SARS) en el sudeste asiático. Andalucía consiguió superar ambas sin grandes traumas e incluso beneficiándose, como ya había ocurrido en otras ocasiones, del clima de inseguridad en el mercado.
Mucho peores fueron las consecuencias de la crisis económica de los años 90. En aquella ocasión se redujo el flujo de turistas hacia Andalucía, aunque en el resto del mundo los viajes mantuvieron un ritmo de crecimiento moderado, pero positivo. La fortaleza defensiva del turismo andaluz para enfrentarse a las crisis de seguridad, tanto por conflictos bélicos, como por atentados terroristas o alarmas sanitarias, se desmoronaba en el caso de las crisis económicas, como ya ocurrió en 1978, tras la segunda crisis del petróleo, otra de naturaleza estrictamente económica.
Los efectos de la crisis financiera internacional de 2007 se dejaron sentir en el turismo andaluz durante el cuarto trimestre de 2008. Hasta entonces se confiaba en que la fortaleza que había mostrado el sector durante más de una década permitiría superar la situación en condiciones relativamente soportables, al menos en comparación con otros sectores. Todo se vino abajo con la quiebra de Lehman Brothers y el colapso del sector financiero en Estados Unidos y Europa. En 2009 se producía la mayor caída de la historia en la actividad turística y un fuerte ajuste en los márgenes empresariales como consecuencia de la caída de los precios. El turismo andaluz volvía a mostrarse vulnerable frente a las perturbaciones de carácter económico, aunque su condición de destino consolidado llevaba a confiar en aprovechar los primeros impulsos de crecimiento en las economías de nuestro entorno para intentar superar la situación.
Cuando el turismo internacional comenzaba a señalar en 2010 que había conseguido pasar la página más negra de su historia se desencadenó la crisis de la deuda soberana en algunos países de la periferia europea. Las expectativas para el sector seguían siendo moderadamente favorables, incluso en Europa, pero la delicada situación de sus economías obligaba a aceptar una reducción en su peso relativo dentro del turismo internacional. Fue entonces cuando la aparición de la primavera árabe se tradujo en una intensa reordenación del tráfico turístico dentro del Mediterráneo que permitió a Andalucía acabar 2011 con resultados bastante más favorables que los esperados.

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