Ordenación Territorial: La reinvención imperfecta
¿Andalucía existe? La pregunta puede resultar extraña e incluso ofensiva para muchos de los que durante los últimos treinta años han hecho bandera de la autonomía. Negar la mayor implica un problema. Y, sin embargo, a efectos territoriales no deja de ser pertinente, porque la historia de las políticas de ordenación del territorio son la crónica de esta duda, consecuencia de la ley del péndulo y, al cabo, la certificación, con todos los matices que se quieran, de una impotencia colectiva que pone en cuestión algunas de las categóricas afirmaciones sobre la identidad regional.
El Sur de la Península Ibérica siempre fue un espacio sentimental. La geografía no muta, pero la historia se sucede quebrando todas las utopías humanas. El país de ciudades, como nos llamó con acierto el historiador Antonio Domínguez Ortiz, nunca gozó de capacidad política propia hasta que en 1981 aprobó su primer estatuto de autonomía. Desde entonces lo que era un espacio vagamente común comenzó a ser objeto de un proyecto sistemático de reinvención política. Algo nada sencillo si tenemos en cuenta que hablamos de una región -90.000 km2- de tamaño superior a países europeos como Bélgica, Holanda o Dinamarca.