Empresas: Lo que los tiburones no entienden
La región cuenta con una nómina decente de primeros espadas, pero el tejido empresarial es aún débil, disperso y poco competitivo en el exterior. La crisis del ladrillo es la última prueba de una cultura del pelotazo que se resiste a desaparecer. Sobra talento, faltan emprendedores.
Todo el que haya nacido antes de los años ochenta recordará la escasa variedad de la fauna empresarial andaluza: había infinitos negocios sin valor añadido y algunos pequeños oasis que se atrevían a ofrecer una pequeña muestra de las cosas que aparecían en la tele. Las multinacionales seguían mayoritariamente al otro lado de las fronteras, que en este caso no estaban en los Pirineos sino en Despeñaperros, y visitar Madrid o Barcelona constituía un placer y a la vez un severo castigo para el consumista que muchos llevan dentro. Era difícil hablar de profesionalización. En el campo había propietarios ausentes; en el comercio, tenderos miopes; en la industria… ¿Pero acaso existía la industria?
Ningún tiburón yanqui entendería a la primera la idiosincrasia del empresario de aquí, más basada en el conformismo que en la expansión potencialmente ilimitada. Cuando alcanzabas el objetivo, era mejor echarse a dormir, cultivar el moreno y las amistades. This is the life, que dirían al otro lado del charco. Así es como se configuró un tejido localista primero y provincialista después. Todavía hoy, una compañía es de Sevilla o Málaga y no de Andalucía. Pero treinta años dan para mucho. Dan para vivir en una democracia más o menos consolidada; con libertad comercial de movimientos en un macropaís, la UE, con 500 millones de habitantes; con un flujo de fondos comunitarios que ha permitido levantar una espléndida red de infraestructuras. La mentalidad del empresario se ha transformado, si no total sí parcialmente, para romper el cordón imaginario de los prejuicios y los agravios comparativos e intentar competir en el resto de España y, sobre todo desde la crisis, en el resto del mundo.
Hoy hay nombres andaluces inscritos en las mejores competiciones internacionales. Son pocos y sobradamente conocidos. Son el ejemplo, la base de un emporio futurible. ¿Cuál es la condición? La condición es una catarsis que implica movimientos acompasados a varias bandas: el remate en el traspaso de poderes a la última generación de empresarios familiares, sobre el papel la mejor preparada; la consolidación de los gigantes que ya existen; la ampliación del espectro hasta acoger a todos esos jóvenes y no tan jóvenes emprendedores con talento, idiomas e ideas.
Silicon Valley es un paradigma antes que un lugar. Cada vez que alguien auspicia un clúster, aparecen esas dos palabras y uno se imagina en San José, California, tomando un cóctel con vistas al Pacífico tras una productiva jornada laboral en una firma de primer nivel. ¿Por qué Andalucía no ha sido capaz de atraer en tres décadas no ya a suficientes inversores extranjeros sino a matrices empresariales alemanas, inglesas o francesas que instalen a sus plantillas en la costa, disfruten de esta calidad de vida y aprovechen los aeropuertos y trenes de alta velocidad para conectar con sus orígenes sin sentirse atrapados en una tierra lejana? En la respuesta está la cuarta condición del futurible: mientras la región funcione como un archipiélago disperso y no como un país monolítico, mientras esa respetable masa de asalariados inquietos no dé el salto a su propia aventura, las cosas no cambiarán.
¿Archipiélago disperso? No es demasiado discutible, en realidad: el plástico está en Almería; la industria petroquímica en Huelva; la aeronáutica en Sevilla y Cádiz; los vinos (y el caballo) en Jerez; los muebles en Lucena; la joyería en Córdoba; la cerámica en Jaén; el mármol en Macael. Sólo la agricultura unifica un poco.
¿Respetable masa de asalariados inquietos? Se supone que estamos ante la generación más cualificada de la historia. Hay overbooking de titulados y licenciados universitarios, algunos entrenados en ámbitos que otros mercados demandan (las ingenierías, la medicina). La Administración Pública dejará de ser el cementerio de elefantes que era gracias a los planes de austeridad. Los gobiernos han de fomentar con ayudas limitadas pero efectivas, y sobre todo con menos burocracia, el salto de la nómina a la empresa. También el propio tejido empresarial puede actuar como combustible. Y, desde luego, los artistas implicados, esos profesionales con diez o doce años de experiencia mucho más lúcidos, en general, que los chavales recién escupidos de la universidad, ejércitos de desheredados de los que a veces se esperan milagros tipo Zuckerberg o trayectorias tipo Jobs.
Querrán cifras, claro. El Instituto Nacional de Estadística (INE) registra el recorrido que va de 1999 a 2011. España superó en 2005 los tres millones de compañías y desde entonces no se ha bajado de esa cantidad. Andalucía marca su techo en 2008 (522.815), el año en que las cosas comenzaron a torcerse en Europa, pero describe desde entonces una curva claramente descendente. En cuatro ejercicios ha perdido casi 100.000 compañías, con caídas entre las pymes pero también en el resto de categorías hasta 499 trabajadores (las gigantes resisten mejor). Málaga y Sevilla son, con diferencia, las provincias con más cantidad (y mayor producción de puestos de trabajo), pero comparten el decaimiento que en líneas generales padece la comunidad [consultar tablas y gráficos]. El sector servicios, que incluye, entre otras, las subramas de la hostelería, finanzas y seguros, transporte y almacenamiento, y la actividad inmobiliaria, se lleva el pedazo más grande del pastel con 381.955 empresas a cierre de 2011. Al otro extremo de la balanza está la industria (36.233). Para hacerse una idea de la burbuja que supuso el ladrillo basta con observar la sangría del tránsito 2010-2011, donde se pierden 3.803 compañías y se dicta sentencia de muerte contra una industria auxiliar que floreció paralelamente al espejismo.
La construcción es precisamente el reflejo del pecado original hispano, esa tendencia a la comodidad, al negocio fácil, al pelotazo. Fue la mina del empleo durante los años de bonanza, fabricando una ilusoria sensación de riqueza y defraudando la cultura del valor añadido. Hoy, con un calendario marcado en rojo por los recortes, la recesión, la sequía del crédito y el paro, el único salvavidas es una regeneración acelerada que permita a quienes nunca han peleado tan lejos competir fuera y venderle productos a Alemania, a Italia, a Francia, a la UE a Veintisiete, que es el socio comercial más importante del país y de la región, y al resto del planeta. Pero hay un problema no sólo de mentalidad o de estructura sino de tiempo. Reorientar estrategias no es tan sencillo. Y menos en Andalucía, cuya balanza comercial evoluciona bastante peor que la de España; cuyo PIB, que representa alrededor del 14% nacional, nunca se ha correspondido con el peso de su población (18%); cuya cesta exportadora, en fin, se basa más en la agroindustria que en la tecnología.
El ranking de facturación en la comunidad autónoma (datos de 2010) es un buen termómetro: como empresa propiamente andaluza, en el top ten sólo aparece Abengoa (2). Hacia abajo, y hasta el puesto sesenta, la lista crece con la filial de energía de los Benjumea; las distribuidoras farmacéuticas Farmanova y Cecofar; Befesa (también satélite de la top ten); Telvent (que en realidad dejó de ser andaluza el pasado año); Sando, Migasa, Prasa, Covirán, Azvi, Hojiblanca, Osborne, Cosentino, Grupo Hermanos Martín, Persán, Merkamueble o Covap, todas por encima de los 270 millones anuales en ventas y con una plantilla global de más de 53.000 trabajadores. ¿Es suficiente? Obviamente no. El campo logró modernizarse, cierto, y hay perlas de la innovación y la internacionalización en mitad del páramo, pero el hueso está hueco, necesita médula. Con un 55% de paro juvenil, el reto es doble en la actualidad: encontrar la manija del cambio (empresarial, espiritual) tapando a la vez la hemorragia de una generación que ya prepara la maleta.
A un centímetro de las grandes ligas… y llegó la crisis
EL tópico carcome tan tercamente la realidad que a veces es más cómodo aceptar aquél que reivindicar ésta. Y el andaluz, hay que reconocerlo, siempre ha estado más cerca de Horacio que de Zenón. Quizás por ello, al empresario de la tierra se le adjudicó antiguamente y se le repone ahora un halo de sospecha, un pin en la solapa con la silueta del pelotazo. Pero las cosas han cambiado. Con o sin crisis, una nómina creciente de emprendedores, algunos de primer nivel mundial, casi todos alejados de esa banda sonora de la dolce vita, ha sustituido aquel mecanismo tan latino del linaje por la dictadura de la profesionalización. Un puñado de firmas, familiares en origen o no, dota por primera vez a la comunidad de la base exigible para ser algo más. La gripe profunda de la economía regional, española y mundial es su primera prueba de fuego y llega posiblemente en el peor momento, justo cuando podía detectarse cierta efervescencia, cierto verdadero cambio.
Nombres hay varios, aunque nunca sean suficientes. El de Felipe Benjumea (Abengoa) es quizás es más rutilante, el más asiduo en las grandes ligas si se atiende al criterio de la facturación y si se añade que su grupo, con un abanico imponente de filiales, actúa, entre otros, en un sector tan puntero como el de las energías renovables. Francisco Martínez-Cosentino (Grupo Cosentino) también está fuertemente asociado a la innovación, y cultiva un perfil público activo, cosa poco común por estos lares. El boom de la construcción generó estrellas fugaces y malhadadas como Luis Portillo, el hijo del albañil, el hombre milagro, pero creó a la vez un sólido batallón de notables que, mejor o peor, resiste los envites del momento: ahí están Nicolás Osuna (Inmobiliaria Osuna), Ricardo Pumar (Inmobiliaria del Sur), José Luis Sánchez Domínguez (Sando), José Romero González (Prasa), los hermanos Contreras (Azvi) o Rodrigo Charlo (Bogaris).
Hay naipes para casi todos los gustos: la agroindustria y la distribución cuentan con gestores como Luis Osuna y Antonio Robles, de Covirán, que en 2010 facturó más de 500 millones; Antonio Luque, de la cooperativa Hojiblanca (451 millones); el hasta hace un suspiro director general de Puleva, Gregorio Jiménez (406); o Ricardo Delgado, de Covap (271). Tomás e Ignacio Osborne en el grupo homónimo (400 millones), Jesús Alfonso Redondo con Santa Bárbara (310), José Moya Sanabria en Persán (290) o Francisco León Garrido con Merkamueble (278) son buenos ejemplos en diversos ámbitos de negocio.
Desde su creación en 1979, la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA) ha sido la otra pata del sector privado en la comunidad, la vertiente institucional, la de las negociaciones y los pulsos con los sindicatos y la Junta. Manuel Martín Almendro, el primer presidente, fue también el más breve (1979-1984). Cedió el testigo al fallecido Manuel Otero Luna (1984-1996), en primera fila durante el asesinato de Rafael Padura, a la sazón responsable de la Confederación de Empresarios de Sevilla, a manos de los Grapo. El tercero fue Rafael Álvarez Colunga (1996-2002), el coleccionista de amigos, como él mismo se denominaba, despedido masivamente en diciembre de 2008 tras incendiarse su barco en aguas onubenses. Y hoy manda Santiago Herrero, líder de la patronal desde 2002 y por dos veces derrotado en su aspiración a la corona de la CEOE. Herrero, ubicuo (en los medios) y controvertido (sus críticos siempre le han achacado una débil trayectoria como empresario), mantuvo y mantiene fluctuantes relaciones con el ex presidente Gerardo Díaz-Ferrán y el actual jefe de la patronal, Juan Rosell.
Analistas Económicos de Andalucía (el “Servicio de Estudios” de Unicaja) realiza una análisis del tejido empresarial por provincias a partir de los datos de las cuentas anuales que las empresas han de presentar en el Registro Mercantil. En 2011, la foto por provincias es ésta, http://cort.as/1duY. Permite reconocer de un vistazo cuál es el tejido más potente y diversificado de Andalucía, en todos los sectores.