Agricultura (I): El campo cambia de mentalidad

Por Francisco J. Domínguez

Ilustración: Tejeiro

La evolución del campo  andaluz ha estado condicionada por el cambio de mentalidad de buena parte del sector. Pero también por la necesidad de adaptación que han desarrollado quienes viven de la agricultura, para poder subsistir en un escenario que ha cambiado de forma radical durante los últimos 30 años, en casi todos los aspectos de la actividad primaria.El peso del campo en la economía andaluza es mucho menor que hace tres décadas, pero sigue siendo la clave del dinamismo del medio rural.

En el futuro, el sector seguirá siendo esencial para la vertebración social de los pueblos y ciudades del interior. Para entender el escenario al que se ha llegado, caben destacar tres factores decisivos: Primero, la globalización y entrada en la UE, con sus ayudas agrarias. En segundo lugar, la transformación de agroindustria y la necesidad de introducir valor añadido a las producciones. Y finalmente, la entrada en juego de actividades complementarias, relacionadas con el ocio y los nuevos aprovechamientos de la tierra.

También han cambiado cultivos y producciones. Las consideraciones de los expertos a primeros de los 80 nos parecen hoy opiniones casi del Antiguo Régimen comparadas con la realidad actual. Sólo hay que recordar la creencia que existía sobre el olivar mucho antes de que este cultivo se convirtiera en el hecho agrario e industrial más destacado de la economía andaluza. Entonces se pensaba que la elevada dependencia de la región de la producción de aceite podría condicionar su futuro por culpa de la vecería, la alternancia de buenas y malas cosechas en los olivos.

Esta consideración y otras por el estilo, sumadas a que todavía existían rescoldos del proteccionismo cerealista, llevaron a arrancar olivos. El tiempo ha quitado toda la razón a estas teorías y hoy el olivar, sumado a las frutas y las hortalizas, la otra gran producción andaluza, supone un 72% de la producción agraria andaluza. Andalucía cuenta hoy con 1,5 millones de hectáreas de olivar y produce al año un millón de toneladas de aceite.

El olivar es el mascarón de proa de la agricultura andaluza y ha sido el centro del debate de las ayudas; se ha incorporado al regadío y cuenta con una elevada tecnificación. Es por tanto paradigma de la transformación de todo el sector agrario andaluz y representa el cambio de mentalidad, pues a la mecanización de la recogida hay que añadir su posterior comercialización en el exterior y su transformación industrial. Gracias al olivar, el campo supone un tercio de las exportaciones totales de Andalucía. También es un cultivo que ha contribuido al empleo y a la generación de rentas en el mundo rural.

Pero la diversidad del sector primario regional ha ganado complejidad con el paso de los años. La Andalucía agraria de hace 30 años tenía todavía a los grandes propietarios pendientes de las rentas de la producción casi en exclusiva. Y a los pequeños y medianos productores pendientes del avance del sector cooperativo, que en el último tercio de siglo ha visto cómo se han consolidado fenómenos como el de Hojiblanca o Covap. Aunque la mecanización del campo era ya una realidad desde los años 60 y las estructuras todavía estaban resentidas por el fuerte éxodo rural que sufrieron las zonas del interior de la región.

Esas estructuras encorsetadas comenzaron a cambiar con la entrada en 1986 en la entonces denominada Comunidad Económica Europea y la entrada en juego de los fondos de la Política Agraria Común (PAC). Sectores como el lechero sufrieron una reconversión total. Tuvieron que invertir en sus explotaciones y en cuota láctea, una medida que venía impuesta de 1983. A ello se sumó más tarde la necesidad de transformar producciones, como única forma de obtener valor añadido debido a las crisis de precios que se producían como consecuencia de la apertura de los mercados.

Y más recientemente, durante la última década, se ha presentado la necesidad urgente de introducir la innovación en el campo para producir con más calidad y sobre todo con más seguridad. A la vista de la últimas propuestas de la PAC, tanto la de 2003 como la que expuso el comisario Ciolos en noviembre pasado, es decisiva la necesidad de condicionar las ayudas a la creación de empleo, la fijación de la población al medio rural y el respeto al medio ambiente, piedra angular de las nuevas reformas. Estos planteamientos desarrollan la filosofía de la  Agenda 2000, que introdujo las ayudas al desarrollo rural y a la competitividad de la agricultura europea. ¿Cómo afectó eso al campo andaluz, con unas estructuras menos adaptadas, desde su incorporación a la CEE? Las modificaciones crean un panorama en el que se han conformado tres tipos de agricultores andaluces, según define el director del Instituto de Estudios Sociales y Avanzados, Eduardo Moyano. Para él habría que diferenciar entre los pequeños agricultores y ganaderos, los grandes y medianos propietarios o agricultores conservadores, y los agricultores innovadores. Estas tres categorías representan la situación a la que hemos llegado desde 1982.

Los pequeños productores sobreviven gracias a una continua búsqueda del equilibrio de sus rentas. Tienen una fuerte dependencia de las ayudas europeas y de distintas prestaciones estatales. Incluso suelen complementar su renta con trabajos en otras explotaciones de mayor tamaño o mediante sistemas como la aparcería. Pese a que su peso específico sería sólo del 10% del total de sector agrario andaluz en Valor Añadido Bruto, juegan un papel decisivo en el dinamismo y la vitalidad de las zonas rurales andaluzas. En realidad, apenas han evolucionado desde el 82, cuando vendían su producción en el ámbito local y  vivían muy cerca del autoconsumo.

La siguiente categoría a la que hace referencia Moyano es la de los agricultores conservadores, cuya mentalidad sigue fija en las ayudas a la producción. Amenazados por la reducción de estas primas, sus beneficios se resienten debido a la caída de los precios, aunque los márgenes con los que se mueven hacen que sus explotaciones sigan siendo sostenibles con la suma de ingresos por ayudas y por la venta de su producción. La mayor parte de estos olivareros, grandes ganaderos y propietarios de considerables campos de cereal, son los que están condenados a sufrir en mayor medida los cambios de las políticas agrarias, si no procuran un valor añadido directo a sus producciones.

Estos dos tipos de agricultores, cuya adaptación ha sido escasa, contrastan con la figura del agricultor empresario, que apuesta por la innovación. Fruto del trabajo de estos productores se ha generado un importante volumen de pymes relacionadas con Andalucía. Pero son escasas comparadas con el desarrollo que este fenómeno ha experimentado en el resto de España. Tanto es así que en 2010, el director de la Cátedra Cajamar de Economía y Agroalimentación, Jerónimo Molina, sostenía que si la transformación de los productos agrícolas andaluces se realizara en la región, se podrían crear 45.000 empleos directos.

La comercialización y los precios de las producciones agrarias andaluzas han sido muy debatidos cuando se han cerrado acuerdos con competidores directos como Marruecos, cuya primera versión data del 13 de mayo de 1982. Es permanente la necesidad de mejorar los precios de algunas producciones. Las presiones de la distribución llevan a que el litro de leche o de aceite pueda estar en el supermercado un poco más caro que en origen gracias a las marcas blancas. Un fenómeno favorecido por la atomización de la oferta y la reducida demanda. La intermediación comercial deja algunos productos a precios irrisorios, lo que ha provocado decenas de manifestaciones de productores. Los expertos abogan por incrementar al máximo la calidad y el valor añadido, acortando el recorrido del campo al consumidor. Y por combinar el sector agrario con otras actividades relacionadas con el ocio o la educación, como el turismo rural, la caza o el desarrollo sostenible.

Y más allá de la rentabilidad del campo, los agricultores se han tenido que acostumbrar a otra forma de trabajar, debido a la introducción de nuevas normas. Esto les ha hecho vivir con términos como el de la trazabilidad o el conocimiento del recorrido de un producto del campo a la mesa; la seguridad alimentaria, que se impuso con la crisis de las vacas locas justo cuando comenzaba el siglo, o aspectos relacionados con el bienestar animal o el origen de las semillas. De vender leche a domicilio hemos pasado a comprarla en brick y enriquecida de mil formas. Y en el extremo opuesto, nos encontramos con que ahora hay agricultores que gracias a la ley de artesanía andaluza, aprobada en 2011, van a poder vender productos en sus propias casas como antaño. Pasado y futuro se unen para diseñar un panorama muy diverso.

Francisco J. Domínguez es redactor jefe de El Día de Córdoba

Una Respuesta a “Agricultura (I): El campo cambia de mentalidad”

  1. Ana Luisa dice:

    Desde el punto de vista territorial, arroja un dato inetersante (en una tabla que se muestra en la edicion impresa, pero no en esta edición digital). En 2009, el dato de la Producción Final Agraria muestra la cantidad de 1.951 millones de euros en Almería, el valor más alto provincial; seguidamente, Sevilla, muy cerca, con 1.860 millones de euros: ¡qué productividad la de los funcionarios! ;-) . El siguiente escalón provincial, lejos, a más de 700 millones de euros, se sitúa en los 1.100. Viene pintiparado el dato para destrozar esa interesada imagen creada de la muy denostada Sevilla como área improductiva, sólo mantenida gracias a la teta Junta. Por otro lado, la autotitulada “capital económica de Andalucía” figura en último lugar en la tabla, con algo más de 700 millones de euros de producción agraria: se va comprendiendo por qué la Comisión Europea no la ha incluido en la red de alta velocidad de transporte ferroviario de mercancías. Y es que, donde se ponga un comisario estonio, no valen soflamas provincianas…